Ricitos de oro

Cuento anónimo atribuido a Robert Southey
Adaptado por Laura Wittner

Había una vez dos familias vecinas. Vivían muy cerca una de la otra, y sin embargo no se conocían. La familia de personas vivía justo a la entrada del bosque. Eran una mamá, un papá y una niña. La familia de osos vivía dentro del bosque, aunque muy cerca de la entrada. Eran una mamá, un papá y un osito.

La niña tenía rulos muy rubios, dorados casi, y por eso la llamaban Ricitos de Oro. (Porque “ricitos” es lo mismo que “rulitos”). A Ricitos de Oro no la dejaban ir sola al bosque. Cuando iba, iba con su mamá. Muchas veces cruzaban juntas el bosque para ir a la casa de su abuela. Pero la mamá no le soltaba la mano, y Ricitos se moría de ganas de salir a investigar. De andar suelta entre los árboles, que eran miles y muy altos, uno al ladito del otro; tanto, que había partes donde casi no entraba la luz. Lo que más curiosidad le daba era una casita coqueta que veían desde lejos camino a lo de la abuela. Cada vez que la veían, medio escondida entre los árboles, con sus paredes amarillas y sus cortinas bordadas, Ricitos empezaba: